Los labios (del latín labium) son, según la definición de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), los dos rebordes exteriores carnosos y móviles de la boca de los mamíferos.
En el caso de los seres humanos, al ser la puerta de entrada del aparato digestivo y la apertura anterior de la boca, los labios suponen una de las partes más importantes de nuestro cuerpo en todos los sentidos.
Gracias a ellos podemos hablar, comer, beber, besar, sonreír… Sin embargo, no les solemos prestar demasiada atención más allá de lo estético.
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Anatomía de los labios
Habrás escuchado más de una vez que se mueven miles de músculos cuando besamos a alguien, ¿verdad? Pues bien, los labios cuentan solamente con una porción muscular central, que se recubre externamente con piel (epidermis, dermis e hipodermis) y en su interior presenta una mucosa compuesta por glándulas salivales.
Técnicamente, los labios son un repliegue musculocutáneo membranoso. La piel de los labios es delicada y su abundante irrigación venosa explica que cualquier herida en esta zona sangre con profusión.
El borde libre de los labios, conocido rojo o bermellón, recibe ese nombre por la gran cantidad de capilares sanguíneos que hay debajo de una capa de tejido epitelial transparente.
En el centro del labio superior se encuentra el tubérculo medial, mientras que en el labio inferior se encuentran los tubérculos laterales.
Veamos gráficamente sobre una imagen la morfología de los labios:
- 1 = Arco de Cupido
- 2 = Comisura de los labios
- 3 = Bermellón
- 4 = Tubérculo medial
- 5 = Tubérculo lateral
Las partes del labio se completan externamente con los contornos o el perfil del labio superior y del labio inferior, y con esa especie de «canal» que tenemos sobre el Arco de Cupido y que llega hasta la nariz, el denominado surco del filtrum labial, flanqueado por dos columnas.